MÉXICO - En una de las zonas más pobres de Saltillo apenas se puede ver la construcción de madera y láminas que representa una esperanza para muchos.
La hondureña Glenda Troches llegó a México buscando refugio y, ya nacionalizada, decidió abrir las puertas de su casa para quienes como ella han padecido al ir tras sus sueños.
"Lo que nos mueve es que no haya inmigrantes sufriendo en las calles, que los roben, que los asalten, de que les den una herida, estén pasando frio", dice Troches, fundadora de un albergue.
Al principio solo recibía a unos cuantos hombres y mujeres, pero la demanda creció tanto que tuvo que acondicionar un espacio que hoy en día puede albergar a más de 30 huéspedes.
Carolina Cervellón, otra migrante de Honduras, llegó al albergue hace unos días severamente herida luego de caer del tren; ningún refugio la recibía, pero ahí encontró cobijo, alimentos y medicinas.
"Porque imagínese si estuviéramos allá durmiendo en el suelo otra vez, porque así nos toca dormir en el cerro, los rieles, la tierra", expresa.
A esta lucha también se ha unido la estadounidense Amber Carpenter, quien en el taxi de su marido recorre las calles ofreciendo la ayuda.
"Costó trabajo ganar la confianza porque ahorita hay secuestros, hay tráfico de personas y el inmigrante ya tiene miedo", dice Carpenter.
Las dos mujeres han salido adelante con el apoyo de sus esposos, quienes son los que llevan el dinero a la casa y algunos vecinos que aportan un poco de lo que tienen.
Así, migrantes como David Troches, han logrado una pausa en su difícil camino hacia Estados Unidos.
"Nos ha servido bastante, no hemos dormido en la calle, no aguantamos frio en las noches, estamos muy agradecidos", dice David Troches.
Y aunque a veces parece que ya no cabe ni uno más, Glenda y Amber se las ingenian para que la habitación se haga más grande y la comida alcance para todos.